lunes, 25 de abril de 2011

Vela.


Tras encender un vela y contemplarla durante unos intantes piensas en todo lo que te está sucediendo últimamente. ¿Es verdad? ¿puedes asegurar que no estas soñando aunque estés conscientemente despierto?, ahora, esas canciones que has escuchado hasta la saciedad van cobrando sentido y no es porque el destino se empeñe en meter el dedo en la llaga-o no tan llaga-.
Quizás haya llegado el momento de replantearse ciertas cosas pero siempre hay miedo. La incertidumbre te impide actuar por tí mismo: o eres demasiado racional y aguardas parado a que las cosas cambien, o eres irracional y te lanzas a la piscina sin comprobar primero si esta ésta tiene agua. Y las dudas, ¿qué es correcto y qué no?.

Sigues mirando la llama, cómo se contonea. Te encuentras solo en casa. Silencio, justo lo que necesitas para concentrarte, para ser por una vez lo suficientemente egoísta como para centrarte en tí mismo, sin importarte las demás personas.
Y piensas... piensas en esa persona que te es práticamente desconocida, con la que tan solo has compartido unas cuantas palabras pero aún así sonríes. Y eso te da en qué pensar, ¿qué es lo que realmente sientes?, puesto que si no sintieses nada no sonreirías al recordar. Y cada vez te pierdes más y más en tus pensamientos, en tus conclusiones sin concluir.

Entonces escuchas la puerta principal de casa abriéndose. En tu rostro dibujas una media sonrisa irónica y absorbes el aire que te rodea, lo expulsas y apagas la vela. Observas como se desvanece el rastro de esa llama que te ha hecho compañía. No estás solo. Se acabó tu tiempo, es hora de regresar a la vida real.

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