La tarde es oscura y gris. Ya está oscureciendo, una vez más en el universo.
Mi mente abre la puerta a esos dolorosos recuerdos que una vez me cautivaron por completo.
Busco refugio en el más claro de los deseos pero me desvanezco en el intento.
Las imágenes me golpean violentamente la cabeza, me aturden, me hacen daño. Un daño insonoro, sentido en cada latido de mi corazón.
Lucho por despojarlos de mi mente pero no puedo, me atormentan. Me siento pequeña e insignificante, me odio a mí misma, me odio, me odio con todas mis fuerzas. Me odio por pensar que os pude salvar, por recordar aquello que me dijiste antes de marchar, por ser una cobarde sin necesidad.
Te quiero, no me cabe duda. Por eso es que lo siento, lo siento por ti porque no voy a cumplir tu deseo. Lo siento, pero para cuando acabe de contar esto estaré en el entierro. Mi entierro.
Y no trates de ayudarme a ir al cielo, no. Vuelvo al infierno, al lugar de donde pertenezco.
Es por eso simplemente que lo siento, porque te quiero pero no te merezco aunque estés muerto.
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