Vampiro.
El brillo de la luna fue sucumbido por el de su cuerpo, tan suave y musculoso como eterno. Su rostro era duro y frío, pero para nada sombrío; en su tez albina relucían sus perfectos labios humedecidos con sangre. Sus ojos grises como la plata se posaban sobre mi clavícula, para un segundo más tarde degustar mi carne..., ahora marchita.
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