Miro por la ventana y aunque afuera está despejado, en mi interior llueve. No conozco el motivo de esta tristeza, incluso me reprendo a mi misma por estar en este estado sin motivo alguno. Aunque, quizás, si tengo un motivo...
Una mañana de primavera, como solía hacer de costumbre, paseaba por el puerto cuando un barco acababa de abordar el lugar. Decenas de personas se apearon de él, cada cual más cargada con sus respectivas pertenencias. Normalmente no solía prestar atención a los viajeros, pero uno en especial llamó ese día mi atención. Se trataba de una mujer de tez bronceada por el sol, cabello de color azabache y cuerpo esbelto. Iba ataviada con un vestido blanco y una chaqueta fina a juego con las sandalias romanas de color crema que calzaba. No llevaba equipaje, ni tan siquiera una bolsa de mano. Pensé las posibles razones por las que no traía nada consigo, en realidad, no sé qué es lo que pensé, solamente me cautivó.
Pasó una semana y sin querer, inconscientemente mientras daba mi paseo matutino, pensé en aquella joven que sería de mi misma edad. Fui al trabajo con la mente ensimismada. Incluso había olvidado que se incorporaba un nuevo empleado, que a partir de ese día sería mi nuevo compañero. Mi sorpresa fue mayúscula cuando encontré a la chica del puerto ocupando el escritorio contiguo al mío.
Mi rostro adormilado adquirió una radiante sonrisa.
-Hola, soy Rebeca. Encantada de conocerte-se presentó con cálida amabilidad.
-Igualmente-le respondí con su mismo tono.
Rebeca y yo intimamos rápidamente, pronto comenzamos a salir juntas a todos los lados: íbamos al cine, de compras, a las discotecas, a montar en bicicleta, etc. Estaba siendo la mejor etapa de mi vida y pese a que siempre había sido reacia a la compañía de alguien a largo plazo-motivo por el cual tan poco tenía animales de compañía-, con Rebeca me sentía cómoda. Confiaba en ella: le contaba todos mis temores, mis sueños, mis problemas con los hombres, etc. Y ella a mí-aunque ahora sé que hay cosas en las que me mintió; Me encantaba que fundiera sus verdes ojos en los míos y que sonriera. Rebeca siempre tuvo una bonita sonrisa.
¿Estoy enamorada? Me preguntaba con cierta frecuencia."No, no puede ser" me respondía a mi misma tratando de engañarme."Se trata de una confusión, mis sentimientos me están jugando una mala pasada"
Lo que no me esperaba era conocer dos meses más tarde a Diana, la actual pareja de Rebeca. Entré en estado de shock y casi no logré controlar la rabia que me carcomía por dentro. Más que saber que tenía novia, me hirió que me mintiera. Recuerdo perfectamente cuando se metió con una pareja de homosexuales que se estaban besando en la terraza de un restaurante.
-¿Queréis dejaros ya de tanto besuqueo?, estoy intentando comer-dijo ella con altanería y desprecio.
-¿Por qué no les dejas tranquilos?, no te han hecho nada. Deja que sean felices como quieran-le recriminé indignada por su actitud.
-No me digas que estas a favor de la gente que son como esos, ¿a caso no serás tú también como ellos?-me acusó.
-Para nada, me gustan los hombres. Pero no veo por qué no pueden ser felices dos personas de igual sexo, no entiendo el afán que tienen algunas personas en tratar de destruir o eliminar aquello que les resulta extraño o poco convencional-respondí defendiéndome a mí y a las personas homosexuales.
Durante la cena-en la que me presentó a Diana-me mostré amable y serena. Diana era una buena mujer, inteligente y cariñosa, atenta y amable. El único defecto que se le podía sacar era su estridente voz, pero por lo demás era como cualquier otra chica de veintitrés años.
Al llegar a casa me fui desvistiendo conforme iba avanzando hasta mi dormitorio: me descalcé un zapato en la entrada, el otro en el salón; el vestido acabó en el pasillo y yo, tendida sobre la cama. Me acurruqué entre la colcha y un oso gigante de peluche que me había regalado Rebeca.
Rebeca, Rebeca. ¿Por qué eres tan complicada?
Pensé en una noche en la que salimos de fiesta. Nos encontrábamos en una sala chillout y Rebeca se acercó a dos hombres, con los que acabamos pasando la noche. Recuerdo perfectamente como tonteaba con ambos, incluso con otros hombres que la miraban desde la barra, la pista de baile o la puerta del baño. Ella les guiñaba el ojo, rehumedecía sus labios de color carmín con su lengua y después se mordía el labio inferior lentamente, saboreándolo, mientras miraba al chico a los ojos; también dejaba caer su mano "accidentalmente" sobre la entrepierna de su acompañante mientras le besaba desde el cuello hasta el lóbulo de la oreja. Resumiendo: era toda una seductora, y lo sabía. Sabía que complacía a los hombres.
Y ahora...está con Diana. Pero ¿cómo es posible? después del desprecio que mostró a aquella pareja en el restaurante, después de tontear con todos aquellos hombres en una noche y, para colmo, pasar la noche y parte de la mañana con uno de ellos, ¿Cómo puede ser que esté ahora con Diana?
Últimamente la actuación de Rebeca me tenía confundida, era un asunto sin pies ni cabeza. Pero lo peor fue, mientras alcanzaba el sueño, pensar: "No puedo creerme que tenga novia. Yo soy mil veces mejor que esa Diana del diablo. ¿Por qué no me escogió a mi?"; al instante volví a cambiar la dirección de mis pensamientos. "Pero ¿en qué estoy pensando? ¿estoy celosa de una mujer?No, no puede ser cierto pero... Rebeca es solo una amiga, mi mejor amiga... y tiene novia, Diana. Es guapa, sí, pero no tiene lo que hace falta: es más baja que yo y su tez es similar a la porcelana, sus ojos son oscuros y su cabello demasiado corto, ¡por debajo de las orejas! Argg, ¡ya estoy pensando otra vez en eso! ¿Pero qué demonios me pasa? no estoy actuando como debe ser. Simplemente estoy celosa porque Rebeca pasará más tiempo con Diana en vez de conmigo, eso es. Decidido, ya que Rebeca ha encontrado a su media naranja, es hora de que salga yo a buscar la mia. Buscaré un hombre que me permita recuperar mi cordura.
A la mañana siguiente me levanté temprano, desayuné fuerte e hice mis estiramientos matutinos. Me disponía a salir en busca de mi hombre cuando el teléfono sonó, y contra todo pronóstico, lo que hallé no fue precisamente mi príncipe azul, sino un cáncer.
Nada más enterarse, Rebeca vino a verme. Estaba echa polvo, no esperaba que los análisis que me hice, hacía un mes escaso, revelaran un cáncer de pulmón, seguramente a consecuencia de una anterior etapa como fumadora.
Rebeca me abrazó y besó en la mejilla. Sonreía pero su mirada era triste y sin expresión. Finalmente, Rebeca abrió la boca y dijo: Recuerdas cuando...; y así pasamos la tarde, rememorando los buenos tiempos que habíamos pasado juntas.
Nos encontrábamos en el salón, sentadas en el sofá, la una frente a la otra cuando sonó un teléfono. Esta vez se trataba del móvil de Rebeca.
-Tengo que irme-me anunció tras colgar el aparato. Y para mi sorpresa, me besó en los labios. Fue un beso dulce, intenso.
Observé perpleja como Rebeca abandonaba mi hogar y, cuando hubo desaparecido tras la puerta, lloré, pero no de tristeza, sino de felicidad. Y por alguna razón que todavía no logro entender, no me importó que me besara una mujer.
"Que retorcida es la vida,solo cuando la muerte está cerca te bendice con alegría" pensé con ironía.
Por si todo esto no fuera poco, al cabo de un mes, cuando ya había asimilado que iba a cerrar los ojos para siempre de un momento a otro, recibí una llamada de la clínica donde me hice los análisis. La noticia que me transmitieron no fue ni más ni menos otra: mi analítica se había traspapelado y mi diagnóstico era erróneo.
Tras asimilar la noticia, no sin un gran esfuerzo, lo primero que hice fue llamar a Rebeca para pedirle que viniera a mi casa en cuanto pudiera, puesto que quería comunicarle una cosa muy importante y debía ser en persona.
A la hora y treinta y seis minutos de llamarla, Rebeca se presentó en mi casa. La recibí con un apasionado beso en los labios-puesto que Rebeca últimamente me visitaba con más asiduidad que de costumbre-y le hice sentarse en una silla junto la mesa del salón donde había dos copas de champagne.
-Brindemos-dije rebosante de felicidad.
-¿Por qué motivo?-preguntó ella.
-Porque a partir de hoy podremos estar juntas hasta el fin de nuestras vidas: no tengo cáncer.
Acerqué mi copa a la de ella, pero Rebeca volvió a posar la suya sobre la mesa y se incorporó de la silla donde se encontraba sentada.
-¿Qué te ocurre?¿Por qué estás tan seria?-le pregunté.
Ella sacó un sobre de su bolso.
-¿Ves esto?, es...era una invitación para mi boda con Diana, espero que al final no puedas asistir. De todas formas, se suponía que tendrías que estar muerta.
Esas palabras me sentaron como una jarra de agua no fría, sino congelada.
-¿Pero...desde cuándo estás comprometida?¿Y este último mes que hemos pasado juntas?¡No ha significado nada para ti!¿Desde cuándo habías dejado a Diana para estar conmigo y después volver con ella?
-Escucha bien lo que voy a decirte: nunca he dejado a Diana. Tú siempre has sido la otra. He estado contigo solamente porque se que te gusto y quería que tuvieras una feliz muerte. Pero ahora todo a cambiado. Olvídate de mí, de todo lo que ha ocurrido entre nosotras; y ni se te ocurra presentarte a nuestra boda y con "nuestra" me refiero a Diana y a mí.
Me miró con fría fijeza a los ojos-momento en el cuál me recordó a una mamba negra:rápida, letal, sin remordimientos-y desapareció tras la puerta.
Fue la última vez que vi a Rebeca.
Al incorporarme al trabajo me comunicaron que se había mudado de ciudad y se había instalado en una aislada casita en el campo. También me dijeron que ella y Diana me mandaban recuerdos. Decir que me sentía patética y que también me daba pena a mí misma, es poco. Aceleré el paso para poder encerrarme en el baño cuanto antes y poder desahogarme. No tenía porqué llorar a Rebeca, ya lo hice en su momento. Es más, nunca debí de derramar una lágrima por ella. Pero ahí estaba, encerrada en el baño, llorando como llora una niña ingenua al ver sus ilusiones rotas, su corazón hecho trizas.
Ya han pasado cinco años desde que conocí a Rebeca, cinco años que no han logrado sanar la congoja que me causó ella.
-Buenas noches, cariño. Siento el retraso(beso en los labios), el tráfico era espantoso pero por suerte pude coger un desvío. He traído tu comida favorita: empanadillas caseras, y de postre, helado de vainilla.
Pero... también han pasado tres años desde que conocí a Alejandro. Mi marido y futuro padre de un bebé que está en camino.
Quizás nunca logre olvidar a Rebeca, aunque puede que tan poco quiera hacerlo. Aprendí varias cosas de esa amistad, entre ellas, a abrir los ojos y ver bien lo que tienes delante. Es cierto que a veces, todavía la extraño; y pienso en cómo estarán ella y Diana. Pienso en...si serán igual de felices como lo soy yo ahora.
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